El temor a una prematura eliminación estaba presente. ¿Cómo negarlo? La derrota a manos de Arabia Saudita les dio vida a fantasmas de cuya existencia ningún argentino habría dado cuenta antes. Hacía falta una Selección muy distinta a la que cayó en el debut para espantar a esos espectros que amenazaban con provocar una profunda tristeza. Pero el equipo de Lionel Scaloni cambió a tiempo. Experimentó una metamorfosis tan necesaria como oportuna y la esperanza que se antojaba agonizante, hoy goza de buena salud.

Es tiempo de gambetear el exitismo. Debe pararse la pelota y levantar la mirada para observar el panorama completo y no perder la cabeza. Este 2-0 no sepulta lo que pasó contra los árabes. Lo corrige. Y hace lo propio con lo sucedido durante los primeros 45 minutos del duelo con los mexicanos. Porque a lo largo del período inicial los albicelestes arrastraban los pesares que ese sorpresivo traspié había causado.

En realidad, Argentina fue víctima de una apatía y una falta de ambición llamativas por algo más de una hora. Empezó con mil y una dudas, como si no creyera en sus posibilidades. Angustiada, no salió a buscar la victoria desde el pitazo inicial del árbitro italiano Daniele Orsato. Lenta y repetitiva, no pateó al arco de Memo Ochoa prácticamente hasta el gol de Lionel Messi. ¡Golazo de Lionel Messi!

La metamorfosis que la Selección tanto necesitaba – Deportes

El golazo de Messi que le mostró el camino a la Selección.

Las variantes introducidas por el técnico en la formación no parecían haber surtido efecto. El problema no era de nombres, sino de actitud y funcionamiento.

Plantear que a un equipo le falta actitud implica internarse en un terreno peligroso. No hay que pecar de fundamentalistas. La actitud se expresa en el desenvolvimiento dentro de la cancha. Se nota en la determinación para luchar contra la adversidad y en la claridad conceptual para probar con un método diferente si el que se estaba utilizando no funciona. Cuestionar la actitud no es poner en duda la fortaleza anímica de un futbolista profesional.

El desempeño de la Selección estaba condicionado por su actitud. El equipo no rendía porque no se atrevía a jugar. Este problema surgió con los dos goles árabes que instalaron una preocupación que nadie se habría atrevido a plantear antes de ese inesperado 2-1 en contra. Y sí: ató de pies y manos a los jugadores.

UN LÍDER POSITIVO

Lionel Messi es líder del conjunto albiceleste. Y no solo por llevar la cinta de capitán que abriga su brazo izquierdo. Lo es porque su dimensión de incomparable futbolista lo ubica en un lugar distinto al resto. Si él se atreve, todos lo imitan. Si él cae en un pozo depresivo, sus compañeros, más jóvenes, inexpertos y, especialmente, más terrenales, se desmoralizan. Por eso el golazo con el que abrió la cuenta contra México destrabó el partido y le dio alas a un equipo de vuelo bajo.

Su apasionado festejo demostró la tensión que embargaba al plantel argentino. Su grito liberador les quitó las ataduras a sus 25 camaradas en la causa mundialista. Y por eso todos se mostraron dispuestos a jugar. Porque en el fútbol, aunque parezca una revelación curiosa, lo importante es jugar.

La Selección tiene muchos integrantes a los que solo les basta que les abran la puerta para ir a jugar. Contra México, Messi se ocupó de destrabar todas las cerraduras para que aflorara el inmenso talento de Enzo Fernández -¡que jugadorazo!- y para que Julián Álvarez también se mostrara como un socio adecuado.

Frente a Arabia había quedado en evidencia una llamativa precariedad de recursos en ataque. Y no bien el equipo se vio en desventaja, se notó además la incapacidad para hacer frente a la adversidad. Esas sensaciones se mantuvieron un largo rato en el duelo con las huestes del Tata Martino. Pero apareció ese líder al que todos esperaban para soñar en grande. Y ahora, soñar no cuesta nada.

El abrazo de Messi con Enzo Fernández, un pibe que juega bárbaro.

EL CAMBIO TAMBIÉN FUE FUTBOLÍSTICO

No todo se reduce a la cuestión temperamental. El cambio también fue futbolístico. La Selección modificó la forma en la que diseñó sus ataques, encontró variantes en la creación y dejó en claro que no tiene un solo plan.

Scaloni fue metiendo mano hasta dar con una alineación adecuada para revertir un momento adverso. Puso en acción un esquema táctico poco utilizado en su gestión y con eso exhibió madurez para elegir un dispositivo novedoso en función de las exigencias del partido.

La línea de tres en el fondo con Nicolás Otamendi -de gran actuación-, Cristian Cuti Romero y Lisandro Martínez fue impasable. A los costados, Nahuel Molina -reemplazó a un voluntarioso Gonzalo Montiel- y el Huevo Marcos Acuña se ofrecieron siempre como alternativas para abrir la retaguardia mexicana.

Ya se había esbozado ese esquema cuando Guido Rodríguez se retrasó y se paró cerca de Otamendi y Licha Martínez. Es decir que Scaloni experimentó, sacó conclusiones y puso manos a la obra. No se tiró a la pileta sin saber si tenía agua o no.

Con el ingreso de Julián Álvarez se abandonó el modelo que obligaba a Lautaro Martínez a pelear cuerpo a cuerpo con los defensores rivales. El equipo ganó en fútbol gracias a la aparición de inéditas sociedades creativas. Para eso fue clave el aporte de Enzo Fernández, que coronó su excelente faena con un golazo. Antes, Ángel Di María había mostrado disposición para mostrar el camino. Lo hizo sin demasiada compañía y por eso su esfuerzo no se vio recompensado. En esta versión recuperada después de tantas penas en celeste y blanco, Fideo entiende que la clave es jugar.

El futuro inmediato de la Selección impone enfrentar el miércoles a Polonia para sellar la clasificación. Hoy es hora de celebrar no solo la victoria, sino que Argentina haya tenido la lucidez para cambiar a tiempo. La metamorfosis llegó en el momento justo.

Lionel Scaloni metió mano en el equipo y logró mejorarlo.